lunes, 15 de agosto de 2011

Vinos argentinos en el mundo.

Cuando pensamos en marcas de vinos que nos representen en el exterior no podemos dejar de hablar de bodegas como Catena Zapata, Trapiche, Trivento, Familia Zuccardi, Norton, Chandon, Terrazas de Los Andes, por nombrar sólo algunos ejemplos. Conozca aquí algunos de estos casos exitosos del marketing vitivinícola argentino, cómo lograron penetrar las barreras del mercado internacional y cómo se preparan para el futuro.


El mercado externo es hoy uno de los principales puntos de apoyo de los planes de negocios de las bodegas argentinas. Con exportaciones de vinos durante el 2007 con resultados altamente positivos (3.597.702 hectolitros), las bodegas realizan sus mejores esfuerzos para colocar los vinos en el exterior.

En esta primera entrega sobre casos de marcas exitosas, le presentamos cuatro casos de marcas de vinos a las que les va muy bien en el exterior, en cada uno de sus segmentos. Se trata de: Trapiche, Marcus James, Achaval Ferrer y Trivento.

Bodega Trapiche es reconocida como la marca más vendida en el exterior. La marca Trapiche nace en el año 1883. Su historia se remonta a un pequeño viñedo llamado El Trapiche, en la localidad de Godoy Cruz, provincia de Mendoza. Aunque a principios del siglo XX se consolidó la imagen de la bodega y surgieron las marcas Fond de Cave y Broquel, las más emblemáticas. Hoy hace envíos al exterior bajo la marca Trapiche en vinos: Trapiche Varietales y Trapiche Single Vineyard. Sin contar las exportaciones de sus otras marcas de vinos.


Fecovita es una de las fraccionadoras de vinos de mesa más grande del país, junto con RPB y Peñaflor. En el 1998 generó un socio en el exterior para hacer envíos de vino embotellado bajo la marca Marcus James que se posiciona dentro del segmento denominado “entry level”. Diez años después, el negocio sigue siendo todo un éxito. En el 2007 se exportaron 4.500.000 botellas con la bandera de Marcus James. Los principales mercados en los que está presente son: Estados Unidos, Canadá, China, Filipinas, Vietnam, Singapur.


Achaval Ferrer, es una de las marcas más jóvenes de la industria y que en un plazo tan corto ha logrado posicionarse en el exterior, en especial en Estados Unidos. La marca Achaval Ferrer nace simplemente por la unión de los apellidos de dos de sus socios fundadores: Santiago Achával y Manuel Ferrer Minetti. Hace diez años se fundó la bodega. La primera cosecha fue en 1999 y el primer vino estuvo listo en el 2001. En una primera instancia la bodega estuvo pensada como un mix entre el mercado interno y externo. En la actualidad, esta bodega italo-argentina exporta 87% de la producción, por lo tanto se comercializa en el mercado interno el 13% restante. Teniendo en cuenta que producen 150.000 botellas por cosecha, la exportación se lleva unas 130.500 botellas. En la actualidad, están exportando a Estados Unidos, Canadá, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú, Reino Unido, Holanda, Suiza y Alemania.


La marca Trivento se consagró en el 2007 y alcanzó presencia en 100 mercados. Desde Mendoza esta bodega de capitales chilenos (Concha y Toro) en 11 años logró abrir mercados con sus vinos de buena relación precio – calidad. Para promocionar la marca, desde la bodega se concentran en promociones que agreguen valor a la marca, como por ejemplo, presentación de los vinos en los principales mercados, traer a los clientes a la bodega, entre otros. Durante el 2007 Trivento vendió 2,39 millones de cajas de 9 litros, de las cuales 1,5 millones se destinaron al exterior.


fuente:

http://www.todomendoza.com/Noticias_de_vinos_190308-02.aspx

Bodegas tradicionales argentinas en manos de sus familias fundadoras

Las sobrevivientes son grandes empresas familiares con más de cuatro décadas de vida. Crisis mediante, la mayoría fue vendida en los ‘80 y ‘90 a locales y extranjeros. Bianchi, Luigi Bosca, Zuccardi, Goyenechea, Baggio y Lavaque aún son 100% de la familia originaria.

El vino argentino crece en el mundo, batiendo récord año tras año: se estima que superará los u$s 800 millones este año, frente a u$s 650 millones de 2007. Sin embargo, pese a que las uvas crecen en tierras cuyanas, salteñas o patagónicas y el mosto se elabora y fracciona dentro de las fronteras del país, son pocos los vinos argentinos producidos por bodegas tradicionales que aún están en manos de las familias argentinas que las fundaron.

Año

bodega

Comprador

Origen

1970

Trapiche

Pulenta

Argentina

1982

Graffigna

Rumasa

España

1989

Norton

Gernot Langes Swarovski

Austria

1996

Etchart

Pernod Ricard

Francia

1983

Finca Flichman

Werthein

Argentina

1991

Escorihuela

Catena y socios

Argentina

1995

La Rural

Catena y socios

Argentina

1996

Navarro Correas

Diageo

Reino Unido

1998

Finca Flichman

Sogrape

Portugal

1998

Nieto Senetiner

Pérez Companc (Molinos)

Argentina

1999

Graffigna

Galicia Advent Socma

Argentina

2001

Graffigna

Allied Domecq (hoy Pernod)

Reino Unido

2002

Peñaflor / Trapiche

DLJ

EE.UU.

2002

Suter

Covisan / Coinvest

Argentina

2005

Suter

Lavaque

Argentina


Entre los ‘80 y ‘90, la mayoría de las bodegas con más de medio siglo de historia pasaron a manos de inversores nacionales o extranjeros, afectadas por una crisis que unió caída del consumo con sobreproducción y un cambio del modelo, que evolucionó desde la elaboración en volumen de uvas de mesa hacia una menor cantidad pero de uvas finas y de mejor calidad.

Así, grandes empresas tradicionales como Norton, Etchart, Finca Flichman, Navarro Correas, Graffigna, Nieto Senetiner, Peñaflor, Trapiche, Escorihuela, La Rural o Suter, por citar sólo algunos casos, fueron cambiando de manos.


¿El resultado? Si se tiene en cuenta sólo medianas y grandes bodegas con más de cuatro décadas de tradición, son apenas seis las empresas que no cedieron a la tentación de vender y permanecen aún en manos de los fundadores. Se trata de las mendocinas Valentín Bianchi, Luigi Bosca, Familia Zuccardi (Santa Julia), RPB conocida como Baggio, con marcas como Uvita o Bodega Privada); Goyenechea y Lavaque, dueño de Félix Lavaque en Salta y de Cia General de Bodegas y Viñedos en San Rafael, además de Suter. A este pelotón se podría agregar Bodegas López, con la salvedad de que el 33% de su capital está en manos de un tercero, Héctor Colella, titular de Ocasa.

Bianchi, creada en 1928 en San Rafael por Valentín Bianchi y su cuñado, Hugo Pilati, es comandada hoy por sus nietos, los hermanos Raúl y Valentín. “Hemos sabido absorber las disgregaciones familiares, comprando su participación en los ‘80 para que la bodega quede en la familia”, cuenta Raúl Bianchi, presidente de la empresa. En 1980, la canadiense Seagram comenzó a distribuir sus marcas y se quedó, tras un aporte monetario, con el 15% de Bianchi. “Su apoyo fue incondicional. Tener una distribuidora multinacional que siempre cumplió sus compromisos nos permitió sortear las crisis”, cuenta Bianchi, que recompró ese 15% en 2002, cuando la canadiense fue vendida a Diageo y Pernod Ricard, y hoy la familia controla el 100%.

“En los 80, vimos tempranamente que la vitivinicultura se orientaba a un cambio de cantidad por calidad y comenzamos a reconvertir viñedos hacia uvas finas de calidad y ofrecer una buena relación entre precio y calidad, trabajando con una estructura adecuada para la época. Eso, más el inicio de las exportaciones en 1991, nos permitió ganar mercado fuera y dentro del país durante las crisis”, cuenta José Alberto Zuccardi, hijo de Alberto, que fundó Familia Zuccardi en 1963 y hoy es la quinta bodega exportadora del país y la primera familiar.

Luigi Bosca, creada por Leoncio Arizu a inicios del siglo pasado, es otra empresa que sigue en manos de la familia, a cargo de su nieto y su bisnieto, Alberto Arizu (padre e hijo). Enfocada en vinos de calidad, supo ganar terreno comenzando a exportar temprano, en 1984 y, pese a no producir en volumen, es hoy la 13º exportadora, según datos de Caucasia Wine Thinking.

Las bodegas familiares son pocas, pero importantes especialmente en innovación.
Por ejemplo, Bianchi fue el creador de la categoría frizante, cuando lanzó en 1996 New Age, con un éxito rotundo, al que se sumaron luego otras bodegas. Algo similar sucedió con Zuccardi, que lanzó en 2000 un tardío y en 2002 el vino generoso Malamado, los primeros de su categoría, emulados luego por varias bodegas.

Tradición, un plus en el vino

El concepto de familia y tradición es un plus en el vino, que pesa en el imaginario del consumidor. “Ser familiar no quiere decir ser menos rentable; cuando se logra profesionalismo y eficacia elevados, ser familiar es un valor agregado, más en el vino, que expresa a la gente que lo hace tanto como la tierra y el clima”, dice José Alberto Zuccardi. “Uno puede tener gente de extrema confianza en cada nicho, pero a veces todos quieren dirigir el barco. Hay que saber dejar que otro conduzca”, aclara Raúl Bianchi.

Fuente:

http://cavaargentina.com/es/informes/quedan-apenas-seis-bodegas-tradicionales-en-manos-de-sus-familias-fundadoras.html

¿El éxito de un vino es también cuestión de diseño?

En un mundo donde la cultura de la imagen tiene un lugar privilegiado en la sociedad de consumo, la industria del vino también se enfrenta a sus propios dilemas.


En los últimos años las cambiantes tendencias sobre diseños de productos, la diferenciación de los vinos argentinos con los del resto del mundo y la incorporación de tecnología importada junto con la enorme variedad de materiales disponibles hicieron que los diseñadores junto con las bodegas lleven el packaging a conceptos impensados.


Hoy, la importancia del diseño abrió un nuevo campo de experimentación para los creativos que tienen el desafío de plasmar en un espacio mínimo con trazos y expresiones concisas, el alma de la bodega. En este contexto dinámico y altamente competitivo, cada bodega está representada a través de su botella, contando historias diversas y ampliando infinitamente la experiencia del vino.

La industria del vino es una de las pocas en las que el diseño es clave para el éxito de la marca porque la etiqueta muchas veces es la única oportunidad que tienen las bodegas de comunicar al consumidor lo que las distingue. En el packaging tienen que poner todo su esfuerzo para que cuando se acerque el consumidor a una pared con cientos de botellas, la suya por alguna razón comunique algo diferente.


El valor que representa para el vino es tan importante como el vino en sí y está basado en su efectividad y capacidad de seducir al consumidor, por eso el diseñador debe saber adaptarse a los diferentes consumidores y representar fielmente el espíritu del producto. Es cierto que un buen vino conquista el paladar por su cuidada elaboración, pero su éxito en el mercado internacional depende también del óptimo diseño de su etiqueta.

Tendencias que marcan estilo
En la Argentina conviven diferentes estilos, quizás por ser más novedosas nos llamen más la atención las etiquetas de estilo californiano, un poco más chicas y minimalistas o las de estilo australiano que juegan con formatos irregulares, pero si observamos bien encontraremos una mayor cantidad de etiquetas que apelan a los estilos franceses o italianos clásicos.

En el mercado internacional las etiquetas más modernas están retrocediendo por asociarse a vinos de inferior calidad y bajo costo. Por eso hoy vemos diseños más sobrios que destacan las características del vino, su lugar de producción, la variedad, la cosecha y la marca. Aunque siempre se impusieron los escudos de armas o títulos nobiliarios, cada vez hay más diseño moderno y postmoderno, creando una imagen de vino diferente e innovador.

Tecnología y renovación
En los últimos años una buena cantidad de bodegas se lanzaron a rediseñar o retocar sus marcas. Las más tradicionales están haciendo cambios ínfimos pero importantes todos los años ya que ninguna quiere quedarse estancada en el tiempo y de esta manera no tienen que rediseñar todas sus etiquetas cada cinco años sino que es un trabajo de aggiornamiento permanente.

Las nuevas tecnologías sumadas a las últimas tendencias y los materiales disponibles, hicieron que los rediseños tengan una amplia gama de posibilidades impensadas hasta hace unos años. Alcanza con ver algunas de las nuevas etiquetas para notar los miles de nuevos acabados como el termorelieve o determinados usos de stamping.


Etiquetas autoadhesivas: las primeras impresiones no conseguían detalles finos por eso los dibujantes hacían dibujos esfumados, pero con las nuevas tecnologías y la impresión offset se puede lograr mayor definición y casi la misma calidad que una foto, además de los stamping, papeles autoadhesivos, metalizados, laminados, colores mates, texturas nuevas, formas raras y troquelados.

Etiquetas de metal: las etiquetas de metal ofrecen un abanico de posibilidades y un volumen que el papel no da. Permiten hacer relieves en 3D y además de la curvatura logran una textura totalmente diferente e infinidad de terminaciones. El metal que se usa es el zamac (una aleación de varios metales principalmente zinc e inoxidable) resistente al frío, al calor, al agua, a la humedad y al tiempo.

Fuente:

http://www.bonvivir.com/index.php?option=com_content&view=article&id=246:etiquetas-de-diseno&catid=1:notas&Itemid=41

BEBER POR LOS OJOS

Etiquetas con ilustraciones insólitas, fotografías llamativas, juegos tipográficos o nombres curiosos intentan singularizar y hacer destacar los vinos para seducir a un mercado donde abundan las nuevas marcas.


Escudos, blasones, castillos y fincas solariegas a pie de viña están siendo sustituidos en las etiquetas de vino por ilustraciones insólitas, fotos y retratos de caras en primerísimo primer plano o llamativos juegos tipográficos. Son las fórmulas más recientes para seducir al comprador de vinos en un mercado saturado de nuevas marcas. Un distribuidor de vinos bien surtido puede ofrecer alrededor de 6.000 referencias, lo que se traduce en miles de etiquetas ante los ojos de los clientes.



En este dinámico escenario, la etiqueta, cuya misión es identificar y distinguir el producto, informar y persuadir, necesita más que nunca destacarse.
Pero ha habido más. Arquitectos, cineastas o músicos –siempre en compañía del imprescindible enólogo– también se han lanzado a la aventura del vino. Proliferan los establecimientos especializados en su degustación y las tiendas especializadas donde comprarlo. Todo un conjunto de magníficos escaparates para que el vino pueda exhibirse. Y el broche definitivo: un público rejuvenecido e inquieto, perteneciente a una generación nacida bajo el signo de la gráfica contemporánea, con una cultura visual bien asentada.

El vino además de ser bueno ha de parecerlo. Como casi todo en esta vida, el envoltorio es fundamental. En los vinos muy caros, una parte de la imagen la da el precio. En las bodegas con mucha tradición, el nombre del bodeguero sigue pesando. Pero en los caldos de menor coste, en los vinos de nuevos viticultores o distribuidores, una etiqueta sugerente, acorde con los tiempos, hoy es fundamental.


Para el diseñador gráfico español Xavier Bas, En este sector entra en juego la sinestesia. Se trata de asociar un sentido a otro: la etiqueta conecta lo visual con el olfato y el gusto y, en un segundo nivel, con el tacto de la propia etiqueta y también del vino en boca. “Si en las etiquetas tradicionales la imagen se ligaba al castillo y a la propiedad, en las nuevas que nosotros hemos planteando queremos enlazar con lo que está en el origen y la esencia del vino. La tierra y su cuidado pueden ser las características del gusto, pero también su condición de bebida que nos relaciona con los demás”.


El rediseño de los vinos muy conocidos, con un público y una imagen profundamente arraigados, “debe hacerse sin que el consumidor se dé cuenta. Las bodegas que están muy posicionadas en el mercado sacan marcas nuevas cuando se quieren dirigir a un nuevo perfil de consumidor. El más joven no está atado a los códigos tradicionales”. Y es allí donde los creativos pueden apostar por la novedad gráfica.


Detrás de cada etiqueta hay una historia real que tiene que ver con mi manera de hacer, de pensar y con lo que me rodea. La etiqueta debe tener un alma y eso se lo da. En esta revolución gráfica, la tradición o exquisitez de un caldo en ocasiones se expresa a partir de imágenes de raíz más delicada o femenina. Bordados y labores, flores o un nombre conectan con un nuevo universo del vino que ha dejado de ser cosa de hombres y donde las mujeres participan en la bodega como enólogas, en la comercialización y como consumidoras. Las posibilidades en una etiqueta parecen inagotables y finalmente depende de los valores que se le quiera otorgar a la imagen de marca. Los juegos de palabras son otra tendencia en alza como estrategia de atracción.


Explican los grafistas que el boom de las nuevas etiquetas ha llegado en paralelo a las mejoras tecnológicas de impresión, que en la última década han experimentado una enorme evolución. La nueva maquinaria permite acabados y calidades antes impensables: relieves, estampaciones, inflados en braille, precisión y combinación de colores… Para Xavier Bas, este boom también existe porque “el sector del vino aparece como el último reducto para los diseñadores.


El editorial está de baja. La ropa, masificada en grandes marcas. El mundo del vino, con la gran cantidad de bodegas, el gran número de variedades de uva y el particular enfoque de los viticultores, es el último reducto que nos queda para expresar esa diversidad y sus cualidades”.

Los aficionados a las notas de cata, a partir de ahora –tras observar el color del vino, olerlo, obtener la primera sensación en boca y los matices tras su ingestión–, pueden añadir la contemplación de la etiqueta y valorar en qué medida refleja lo que acaban de beber.

Fuente:
http://www.4kilos.com/files/07-0901-etiquetas-vino.pdf